395.406 veces me ha dicho que no quiere venir conmigo al fútbol. Le he comprado las entradas, prometido una cena romántica a la luz de las velas en un restaurante con estrella, hecho la cama durante una semana, llevado el reciclaje a los contenedores de colores, hecho su bocadillo preferido de bacalao con tomate restregado y aceite de oliva virgen. Hasta chantaje y, antes de eso, permitido irse con sus amigos del club de bicicleta de cena algún sábado. Nada, no quiere venir al fútbol conmigo.
A él lo que le gusta es el baloncesto. Se vuelve loco con esos gigantes manipulando un balón con las manos y le encanta el olor de los pabellones cerrados en los que sabes exactamente dónde están ubicados los vestuarios. Me compró las entradas, me llevó a cenar papas y huevos a Casa Lucio, que me encantan y me hizo tortitas de caramelo y nata durante seis sábados seguidos para desayunar. Pero yo al baloncesto no voy. Si al menos llevaran mangas esas ridículas camisetas. Tampoco iría al atletismo por la misma razón aunque, eso, nunca me lo ha propuesto.
Eso sí, le encantó el bocata de bacalao y yo casi me muero con los huevos de Lucio.