Cambio de opinión cada día unas seis veces. Como media, claro. Hoy, por ejemplo, ya van tres. Ayer, nueve. A mí me divierte. Hablar conmigo es como hacerlo con varias personas diferentes. Sin embargo, lejos de parecerle una ventaja, lo detesta. Se enfada conmigo y me dice cosas que no son románticas. Termina marchándose de mi lado. A mí me entristece, pero luego pienso que por fin tengo todo el sofá para mí. Al rato, me doy cuenta que le estoy dando pataditas al cojín y me pongo a llorar. Es entonces cuando se asoma desde el cuarto de estar y viene a darme un abrazo. Justo cuando ya no lo necesito. Ya van seis cambios. La media. Todo lo que venga a partir de ahora empeorará las cosas. Está haciendo la cena. Sin preguntarme qué quiero. Ayer cayó en la trampa y cuando me trajo la tortilla francesa yo ya me había apretado unos choricetes. No sé. Bueno, sí sé. Sé que me quiere. Al menos a una o a dos versiones de mí. Por eso, muchas veces me mira de esa manera tan confusa. No tiene ni idea de con quién está hablando. La verdad que yo tampoco. ¿Y tú? ¿Quién eres de los dos? Alguno tendrás que ser ¿no?