El crimen de las tres bolsas

Lo había conocido en la oficina. Había llegado durante la campaña pasada y, tras unos meses a prueba, la dirección decidió que continuara. Fue entonces cuando se conocieron. Se gustaron desde el primer día, tras las primeras palabras que intercambiaron. Un mes más tarde, eran oficialmente novios.

Su relación era muy intensa, tal vez porque a él no se le conocía familia alguna y ella no dudó en entrar en su vida completamente. Hace dos semanas, de repente, él desapareció. Varón, treinta y ocho años, sin familiares cercanos que reclamasen su desaparición. Tras las primeras setenta y dos horas, la policía creía que había optado por dejarla y que, tarde o temprano, aparecería en otro lugar. Las pesquisas que los oficiales habían realizado en el seno de la oficina indujeron a cerrar el caso. Según los compañeros de trabajo, aquella relación era una farsa por parte de él. Así se lo hicieron saber unos días más tarde, cuando le comunicaban que abandonaban la investigación. Ella no comprendía nada. Sus padres la llevaron a casa. Ella no quiso que la acompañaran y se despidió de ellos en el portal. Solo quería descansar y dormir hasta la mañana siguiente.

Se había dejado la luz de la cocina encendida de nuevo. Aprovechó para preparar una infusión y quedarse sentada sin poder pensar en nada. Bloqueada. Miró el móvil. Tenía el whatsapp atestado de mensajes. Uno le llamó la atención. Era un audio de un remitente desconocido. Lo abrió. La infusión ya estaba, pero ella no pudo levantarse. Estaba aterrorizada mientras escuchaba aquella voz manipulada, fría, irreconocible, estremecedora.

-«Escucha con atención. Tengo a tu novio en mi casa. Lo he torturado y necesita atención médica urgente. Tal vez muera esta misma noche. Tal vez no. Depende de ti. Escucha atentamente, porque quiero que hagas algo por mí si quieres que tu novio siga viviendo. Antes de nada, escúchalo.»

Un silencio mortal golpeaba su corazón. Estaba helada, incapaz de moverse. Casi incapaz de llorar. Quiso detener la reproducción pero algo se lo impidió. Pasaron unos segundos interminables.

-«Por favor, no me mates, no me mates, por favor, no me mates». Era él, era su voz, entre sollozos, debilitada. Estaba muerto de miedo. Ella se desmayó.

Abrió los ojos. Estaba en el suelo. No veía bien. Sangraba y sintió un dolor muy fuerte en la cabeza. A un par de metros, su teléfono. Desconcertada, se incorporó torpemente. Sobre la mesa, la taza volcada de la infusión, fría. Miró de nuevo el móvil. Quería que todo hubiera sido un mal sueño. Abrió el whatsapp y volvió a escuchar el mensaje. Su corazón volvía a latir con tanta fuerza que pensó que se desmayaría de nuevo, pero solo pudo gritar cuando el teléfono sonó. Número desconocido. Sus manos temblaban. Se llevó una de ellas a la boca. Sozollaba. Descolgó. Era la voz del mensaje.

-«Escucha con atención. Está grave. No aguantará mucho así que escucha con atención. ¿Me escuchas? Quiero saberlo.»

Apenas puedo oírse un sí de sus labios. La voz continuó.

-«Encontrarás una persona profundamente drogada en tu bañera. Está vestida y encapuchada. Está viva pero va a morir, porque tú vas a matarla.»

Ella no podía creer todo aquello. Desde la cocina, miró hacia el baño. La luz estaba encendida. Sintió su sangre helarse pero se levantó y caminó hacia allí. Ni siquiera pudo gritar cuando vio a un hombre encapuchado metido en la bañera. No podía gritar. Quería gritar, quería morirse, quería desaparecer pero nada de eso ocurría. Lo único que sucedía realmente era lo que aquella voz repetía incesamente. Una vida por otra, una vida por otra. Volvió a desmayarse.

Despertó al lado de aquel hombre mientras el móvil sonaba. Volvió a cogerlo. Era él. Suplicaba por ella, suplicaba por su vida. -«No me mates, por favor» -lloraba. Silencio. De nuevo, la voz manipulada volvió a hablarle.

-«¿Me escuchas ahora?» -Ella asintió como si quien le hablara pudiera verla. -«He dejado tres bolsas junto al lavabo. En una de ellas tienes lo necesario para matar a ese hombre y meterlo en las tres bolsas. Quiero que lo hagas, que bajes las bolsas a tu coche y que conduzcas hasta el kilómetro 234 de la nacional 555. Tienes un mapa al lado de las herramientas. Deja las bolsas allí. Yo estaré esperándote con tu novio. Te lo entregaré si aún está vivo. Depende de ti. ¿Lo has entendido?»

Esta vez la voz pudo escuchar el sí de sus labios. Ella empezaba a ser consciente de la situación. Su cabeza comenzaba a buscar alternativas para ganar tiempo y salvar su vida. Tenía que encontrar una solución. Volvió a escucharlo gritar a través del teléfono. Lo escuchaba llorar, suplicar. La voz volvió.

-«Hay dos condiciones más. No debes descubrir la capucha. Sabré si lo has hecho y entonces lo mataré. La otra condición es evidente aunque puedes elegirla, pero si llamas a la policía o avisas a alguien, salvarás al encapuchado y lo matarás a él.»

Transcurrieron tres horas y media entre la última comunicación y el momento de aparcar en el área de descanso del kilómetro 234 de aquella nacional. En el maletero, tres bolsas repletas de carne, huesos y trapos ensangrentados. Bajó del coche con la pistola en la mano y la mirada perdida. Allí estaba aquella persona. Tenía que ser la persona de la voz. Él no estaba. Pensó que iba a morir. Su móvil sonó. Abrió el whatsapp. Esta vez era un mensaje de texto.

-«Baja las bolsas y déjalas junto al barranco, justo detrás de ti. Después, vuelve al coche.»

Cuando llegó de nuevo a su coche, él observaba los tres bultos. Llena de ira, le gritó -«¿Dónde está? ¡Dime dónde está! -El móvil volvió a vibrar en una de sus manos.

-«En las tres bolsas.»

Sonaron dos disparos, casi simultáneos. Tal vez fue el azar el que decidió terminar con todo aquello disponiendo dos trayectorias perfectas. Una a la cabeza, la otra, viajando en la dirección contraria a la misma velocidad, justo al corazón. No llevaría más de un par de horas auditar los móviles y encajar el sentido de la conversación con la escena del crimen, aunque los investigadores aún tendrían que esperar días para fundamentar la hipótesis que trabajaban. Los registros en las casas, los datos de las llamadas, los correos electrónicos y algunos de los cientos de rumores que recorrían la oficina, terminaron por dar sentido a uno de los crímenes pasionales más espantosos que se recuerdan en la ciudad.

Para cuando ellos eran novios, su jefe ya se acostaba con él. Mantendrían una relación tortuosa durante meses hasta que ella se quedó embarazada de él. Fue entonces cuando él cambió y dejó de verlo. Dejó de ir a su casa por las noches. Dejó de besarlo, de tocarlo, de mirarlo en la oficina, de buscarlo con los ojos. Dejó de desearlo y cuando quiso imponerse como jefe, él se rió y le contó cómo lo había utilizado, de la misma forma que la había utilizado a ella. Le dijo que había engañado a los dos pero que, había elegido quedarse con ella. Aquella tarde fue a su casa, hicieron el amor por última vez y al vestirse, lo miró y le dijo -«Antes de volver a estar contigo, preferiría que ella me matara. Asume que te he usado por última vez.»