El asesino autorregresivo

Son las tres de la madrugada. Otro callejón oscuro que se ilumina gracias a las luces de la primera patrulla en llegar. En apenas diez minutos, tres detectives y varios guardias se esfuerzan por salvaguardar la escena del crimen. Gálvez, la más veterana, recoge una nota deliberadamente colocada al lado del cádaver. Ya es costumbre, así que no le sorprende leer lo que hay escrito en ella.

El asesino autorregresivo ataca de nuevo —pronuncia, mientras permanece en cuclillas. Solchaga, mayor que ella aunque con menos experiencia, se acerca.

—¿Es él?

—Eso parece. Mira.

Gálvez le enseña la nota. Está protegida dentro de un sobre de plástico transparente. Es el mismo mensaje que han encontrado en los últimos siete asesinatos. En las últimas siete semanas.

—Nunca me gustaron las matemáticas —lamenta Solchaga, levantándose y poniendo los brazos en jarras.

—Lo sé —responde Gálvez de inmediato —aunque ya sabes lo que significa ¿no?

*****

La semana pasada, el equipo, con ella al frente, había mantenido una reunión con tres expertos. No se trataba exactamente de matemáticas, sino de econometría, una rama de la Economía que estudia cómo analizar una variable económica ayudándose de otras variables, llamadas explicativas. Lo que tenían delante, según les informaron, era la formulación de un modelo autorregresivo de orden uno con raíz unitaria. Tal y como Gálvez lo explicó después a su equipo, incluido Solchaga:

—Tenemos a una persona que, sencillamente, se comporta de la misma manera que lo hizo anteriormente. Entre un crimen y otro, la única diferencia es el puro azar.

—¿Todo eso sale de esa fórmula? —preguntó Solchaga intentando disimular su incredulidad.

Gálvez se esforzó un poco más. Siempre le habían gustado las matemáticas y creía haber captado la esencia del modelo econométrico que usaba el asesino. Volvió a la carga:

—Si asumimos que «Yt» es el crimen actual, nos está diciendo que es igual al anterior «Yt-1» más un error. Un error que, según las fuentes consultadas, se denomina «ruido blanco». Gálvez aguardó unos segundos. Estaba convencida de que Solchaga tendría más preguntas. Eso era bueno. Cualquier cuestión, por zafia que pudiera considerarse, era bienvenida, ya que podría contribuir a avanzar o ¿por qué no? a reformular otras preguntas.

—¡Pues ya está! Tenemos una buena pista —exclamó Solchaga incorporándose de su asiento. —El próximo crimen tendrá exactamente las mismas características que el último. Empecemos por ahí.

—No tan deprisa —interrumpió Gálvez. —Se te ha olvidado el error. Es un «ruido blanco». Es decir, algo impredecible.

Gálvez buscó un ejemplo. Pensó durante unos instantes y prosiguió:

—Solchaga. Te gustan los dardos ¿verdad? —No esperó a que este contestase. —Pues bien, supongo que, en todas tus partidas, llega el momento de tirar a diana, aunque no siempre aciertas. Eso sí, lanzas concentrado y con la intención de acertar, pero…

—¡Pero a veces no entra!

—¿Podrías predecir ese error, Solchaga?

—¡No! Imposible saber dónde caerá si finalmente fallo el tiro.

Gálvez respiró. Además de las matemáticas, sabía que se le daban bien las explicaciones. Y con Solchaga era todo un reto. Lamentablemente, volvió a la realidad.

—Por esta razón, tenemos ante nosotros un caso muy difícil. Si el asesino se comporta exactamente tal y como describe el modelo que nos deja en las notas, el próximo crimen no es más que la suma de todos los errores acumulados. Errores que son puro azar, de los que no se puede sacar absolutamente nada.

Gálvez se incorporó y trazó unas operaciones en la pizarra de la sala: