Esta mañana pensé que si no estabas me hundiría. Por eso te busqué. A medida que iba recorriendo estancias, sin éxito, se hacía más difícil respirar. Llegó el momento en que mis pulmones exhalaron el último medio litro de aire, ya sucio y repleto de desechos. Intenté llenarlos de nuevo y no había nada con que hacerlo. No estabas y morí. Tu ausencia terminó por amoratarme la cara y, en mi desesperación, clavaría los dedos en mi garganta, tirando de ella para poder darle la vuelta y llenarla de un aire vacuo. Me hundí, pero sin agua; ahogado, en un barco amarrado a tierra firme, mientras tú ya habías zarpado días, noches, años antes.