Le encanta eso de quedarse solo con sus pensamientos. Pero con gente. No hay mejor soledad que la que vives acompañada de desconocidos. Por esa misma razón se sentía a un lado del mundo cuando, en mitad de un bar atestado, él se refugiaba en sus pensamientos, forjados por decenas de conversaciones ajenas. A veces eran cuestiones banales, otras de importancia vital. Sea como fuere, encontraba el raciocinio entre los acordes de Coldplay y las quejas de cualquier fulano despechado por el último amor que se le escapó; irremediablemente.
Sorprendentemente, aquel hilo que le conducía sistemáticamente al éxtasis, se desvanecía a medida que el bar se vaciaba. Justo en ese momento en el que el sonido de la vajilla se hacía evidente, su imaginación perdía enteros, entrando en el terreno de lo cotidiano. Todo se volvía síncrono. Sus impulsos se acompasaban con los latidos de un cuerpo que iba quedándose quieto. Había perdido la inspiración, aunque seguía trabajando en la manera de encontrar algo que le permitiera seguir contando historias. No le llevó demasiado darse cuenta de que, para hacerlo, necesitas seguir estando solo en mitad de todo el mundo.