Fútbol

Carol lleva toda la vida en el segundo palo. Espera el centro de Luis. No uno cualquiera. Uno medido. Para poner la cabeza y empujar el balón del destino al lugar donde siempre debió estar. Todo hubiera sido más fácil, piensa mientras se desmarca de esos defensas que llevan tantos años impidiendo su felicidad. Todo sería distinto si Luis corriera la banda, hiciera un autopase antológico, golpeara el balón de verdad y éste cayera dócilmente delante de sus deseos. Entonces Carol empujaría con todo su ser esa maldita pelota que no hace otra cosa que recordarle lo cerca que estuvo de ser otra cosa. Luis la mira de lejos. Colorado como un tomate, no llega a los pases, pierde una y otra vez el sitio. No puede más. Luis pide el cambio y el entrenador de la vida mira a Carol, desgañitada, y tuerce el gesto. El tercer árbitro muestra las cartulinas. Carol abandona el terreno de juego. Luis se reconvierte en volante y Laura aprovecha los últimos minutos, marcando de chilena a pase de quien fue, durante casi toda su vida, incapaz de dar una asistencia en condiciones. Esa misma vida que es, para bien o para mal, como el puñetero fútbol.