Calor. Mascarilla. Aire que entra en los pulmones. Filtrado. Aire que es transportado por la sangre para alimentar mis células y traer de vuelta aire. Filtrado. Aire que busca mi boca y se topa con la mascarilla. Aire. Filtrado de nuevo.
Aire desprovisto de aquellas partículas que quedaron atrapadas por la primera barrera quirúrgica. Las que pudieron superarla, causarían baja probablemente dentro de mí, abrasadas por el intenso calor del intercambio químico. Sólo unas pocas saldrían aceleradas por mis pulmones, parapetadas hacia el filtro azul. De nuevo, debieron superarlo. Si fuera así, serían libres. Únicas.
Partículas asintomáticas, contaminantes, inocentes por desconocimiento. Que ahora flotan en el aire y se encuentran con otras que vienen de otras bocas. Y de otras células, diferentes a las mías. Con cargas y culpas distintas. Flotan hasta caer. También para ellas existe la gravedad. Algunas se posarán esperando unas manos. Unas que toquen las caras, que abran de nuevo las puertas hacia la parte interior. Todo con tal de regresar. Soy partícula. Nací para ello.
Se han encontrado todas las partículas de todas las bocas. Se han reconocido y han contado sus miserias, pues no siempre fueron bien recibidas. Tienen algo en común, que es la ausencia de la carga COVID-19. Ninguna de las que hablan la ha visto aún. Tal vez por eso estén vivas. Lo comentan, posadas en los quicios de las puertas, esperando ser absorbidas por un nuevo pulmón. Prefieren los izquierdos. Son más pequeños, vibran más por la cercanía al motor de la vida. Se está más caliente y cuando salen disparadas, llevan consigo algo que no saben expresar. Dicen las más viejas que eso es lo que ahuyenta a la carga. Por eso no quieren encontrarse con nadie que haya estado en el pulmón derecho. Frío, alejado de la corriente, ajeno al bullicioso jaleo del otro lado.
—¡Leyendas! —dice una partícula que asegura haber estado en ambos lugares. Harta de estar callada, afirma que en ambos logró sobrevivir a la carga. Bilateral. Pero nadie cree su versión. También las partículas necesitan buenos y malos, a pesar de que la carga, realmente, no distinga las cosas de esta manera y los infecte a todos por igual. La carga no hace ascos a nada. Y lo vemos todos los días. Todos infectos.