El perro me mira mal. Lleva días así, sin ladrar, sin comer, sin dormir. Sé que pasa las noches en vela tras las puerta del dormitorio, esperando a que una noche deje la puerta abierta. Ignoro el porqué. Sé que hace cosas cuando no estoy. Ya no me ayuda a colocar la compra. El perro me ha escondido el mando de la tele y ha destruido el papel donde guardaba las claves del Netflix. Hoy hemos hablado, durante el café. Dice que no le pasa nada, que serán cosas mias, pero yo creo que todo esto comenzó cuando Óscar comenzó a venir a casa. No me lo perdonará. Después de una hora, ha confesado. Quiere marcharse. No soporta ni un día más ser la mascota de alguien empeñado en querer más al novio de su propio perro.