Fermín por fin entró en la porra. Hay bote. Se juegan dos meses y medio de vacaciones, tres pagas extra, siete complementos y carta blanca para deducir dietas a tutiplén. Como Fermín nunca quiso jugar desde el principio, ha tenido que apoquinar 125 euros para ponerse al día. Ha exigido recibo y sello de Lucía, la administrativa. No se fía nuestro Fermín. Por eso todas las mañanas se planta delante de Rosa para preguntarle cuándo, dónde, cómo y en presencia de quién será el sorteo. Rosa no lo sabe y así se lo hace saber. Fermín ignora sus respuestas sistemáticamente porque lo que él quiere es saber si Rosa estaría dispuesta a disfrutar el premio con él, y más cosas; que por eso tanta cuestión. Dice Esteban que Fermín quiere un crucero con Rosa, con destino las Antillas, previa vuelta al mundo para enamorarla. Lo dice porque Fermín se lo contaba a su madre al teléfono ayer tarde, cuando todos andamos en el café. Todos menos Esteban, que se besa con Merche en el despacho de Alberto, el compañero de nuestro desconfiado Fermín. Si supiera Fermín que le ha tocado la porra a Rosa, ante notario y con acta levantada por Lucía. Si supiera Fermín que Rosa renuncia al bote, que se queda con su mes de vacaciones en el cabo de Gata y que lo gordo, en lugar de echarlo a suertes, lo regala: a la madre de Fermín, para que se lleve a su hijo a las Antillas y tenga tiempo, previa vuelta al mundo, de convencerlo de que lo que no se puede hacer en esta vida es ser el cansino que se apunta el último a la porra.