Tengo unos auriculares mágicos. Cada vez que me los pongo, escucho lo que quiero oír. Me viene de perlas cuando discuto con Sonia, porque me los pongo, la miro y termino por darle la razón. Claro, si piensa como yo, ¿cómo no le voy a dar la razón? Es tan rica. Y me quiere tanto.
Cuando voy al trabajo, también los llevo puestos. Así el día me parece estupendo y todos aquellos que se cruzan conmigo tienen buenas palabras y me sonríen. El mundo me colma de atenciones y yo me pregunto si me lo merezco.
No te digo nada al llegar a trabajar. Madre mía. Me dan ganas de abrazar a toda nuestra maravillosa plantilla. Que si qué guapa estás hoy, que si me encanta ese complemento, que si ayer dijiste en la reunión lo que todos pensábamos, que si puedes luego pasarte y nos explicas lo de aquel informe que solo tú dominas. En fin, que voy de subidón con mis auriculares y no me los quito ni para echarme la siesta.
Esta tarde, al salir de la empresa, ha parado un coche con un chico guapísimo al volante y me ha preguntado si sabía cómo llegar al aeropuerto. Sí, muy guapo pero, ¿acaso no sabe utilizar el móvil? Como me ha dado pena que fuera tan cortito, le he dado un par de indicaciones y he tenido que quitarme los auriculares que, en ese momento, se han caído y han desaparecido por la alcantarilla. Me he enfadado mucho y he mandado al guaperas a freír monas… ¡será imbécil! Desesperada, he intentado recuperarlos, pero ha sido imposible.
E imposible ha resultado el resto de la tarde. El metro estaba repleto de personas estúpidas que no hablaban más que de tonterías y, además, sin ninguna educación. Harta, me he bajado una parada antes, así que he tenido que caminar bastante con estos zapatos de mierda que me regaló Sonia. Además, no he parado de encontrarme con maleducadas, niños impertinentes, viejos verdes, abuelas criticonas y toda suerte de alimañas que solo es posible parirlas en esta asquerosa ciudad, a la que tengo cada día más asco.
Ya con náuseas, conseguía llegar a casa, donde me esperaba Sonia con su cara de amargada y su mal humor de siempre. De su boca no ha salido nada bonito y le he tenido que recordar que le huele el aliento y que no soporto que ande por casa sin depilarse. No ha dejado de gritarme y de recordarme que está aquí por mí y que cualquier día de estos me abandonará. A ver si es verdad de una vez.
Por fin, me he ido a la cama, después de ver la peor película de mi vida, de no aguantarme ni yo misma y de no querer verme ni la cara. A ver si con suerte, este puto mundo se va a la mierda y me dejan todos tranquila. Y si no es así, joder, que alguien me devuelva mis auriculares.