Lúcido y las mareas (diario de un alcohólico)

Aquellos dias se parecían unos a otros de una manera tal que su alma se desparramaba inevitablemente sin orden ni concierto. Sin sentido. Sin un porqué. Sin más. Sin salida. Sentía sed. Era una terrible, inquebrantable, perpetua, tan angustiosa como placentera. Penetraba las entrañas de su diminuto cuerpo mordiendo cada rincón de su ser buscando algo que distara de ser un viejo e insistente vacío; lo común en él. Nada nuevo bajo aquella piel que luchaba por tener otro dueño que la hiciera merecedora de reconocimiento; al menos algo de dignidad. Lo que daría por recuperar lo común; lo cotidiano dentro de lo gris; lo abarcable; lo posible. Llenó su copa y se imaginó en una cruzada imaginaria contra lo esperado, luchando por algún fin justo, algo carnal y místico a la vez. En realidad, por cambiarlo todo. Todo lo que a él le concernía. No terminó la frase que había comenzado. Cuando abrió los ojos y recuperó algo de consciencia, ya estaba solo. Apuró su último segundo despierto y comenzó el viaje de siempre hacia ninguna parte que mereciera la pena contar.

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