No hace mucho (el tiempo vuela), eran imprescindibles para disfrutar de emociones pasadas, impresas en papel de calidad. Cambiando de tercio, y también de cosa, los evitábamos, cruzando la acera, por miedo a ser como ellos algún día. Y en innumerables ocasiones (casi todas de júbilo), recuerdo dar esa respuesta corta, segura y firme al ser preguntado por algo importante (o no). La cabeza me lleva de aquí para allá y se me antoja ahora aquello que nos hacía daño, produciendo una severa tristeza o, sencillamente, lo que nos obligaba a echar persianas abajo e intentar dormir hasta que pasara. No olvido, tampoco, los terribles momentos de la infancia frente al cuaderno o, peor aún, al pie de la pizarra, bajo el gesto severo de Don Emiliano, con ánimo de chequear si aquellas sumas estaban bien hechas. Nadie los quería en las sumas, mucho menos en las fracciones (no digo, ya, en las multiplicaciones o en las potencias). Pero hoy, sí. Hoy, me alegro de ser negativo.