Fui el último en vacunarme, la oveja postrera de un inmenso rebaño que, por una vez, hizo algo en grupo. A regañadientes, sí, pero en la misma dirección. Salí en las noticias y una productora televisiva tuvo la ocurrencia de concertar una cita con la primera persona vacunada. Se cierra el círculo, rezaba el nombre del mini documental que sirvió para que nos conociéramos.
Miguel, de ochenta y tres años y un servidor nos hicimos inseparables. Él siempre me decía que sus anticuerpos eran lo único joven que le quedaba y que, por eso, no pensaba dejarlos escapar.
—Mientras sigan aquí dentro, —se señalaba los brazos, —animarán la fiesta de este caduco ADN. No debe quedarme demasiado tiempo, pero pienso pasarlo en grande ¿sabes?
Miguel y sus anticuerpos. Ya me hubiera gustado tenerlos. Por mis venas debían de correr algunos, mucho más inexpertos, pero no parecía que imprimieran en el carácter ánimo alguno. Es más, desde el segundo pinchazo, me sentía apagado. Sólo Miguel me provocaba una sonrisa y, por esa razón, no me separaba de él.
Durante aquellos días, salíamos a comer al restaurante de Brenda. Ella nos reservaba la mesa del fondo, justo donde el aire estaba más viciado.
—Han sido tres años expuesto a corrientes de aire —decía, no sin cierta sorna, tras respirar profundamente. —En más de una ocasión pensé que moriría sin volver a sentarme aquí, sin mascarilla ¿Percibes el olor a cocina? Quería respirar de nuevo de esta manera y ahora lo hago ¿Comprendes lo que te digo?
Yo asentía con la cabeza, mirándolo fijamente. Me admiraba aquella fuerza que se rebelaba contra la injusticia de saber que una pandemia te había robado unos años preciosos. Pero Miguel se hallaba lejos del rencor. Nunca quiso saber nada de él.
A menudo, nos reconocían por la calle. A Miguel le gustaba. Hablaba con todo el mundo y me animaba a que contara cómo era la vida, con él a su lado. Jamás hubiera imaginado que, a mis veinticuatro años, compartiría mi tiempo con un señor octogenario.
Miguel se ha marchado esta mañana. Sus anticuerpos seguían alborotados a pesar de que él ya no respiraba. Tal vez buscaban al virus para el que estaban programados.
—No ha sido por covid —me informa la doctora, aunque eso ya lo sé. Fue natural y, afortunadamente, tuvo tiempo de despedirse viviendo una vida muy parecida a la que teníamos antes. Fui testigo durante todo un año. El año en el que volvimos a la normalidad.