El paraguas, la placa y el reloj

Pierdo con frecuencia los relojes y los paraguas. Desde chico, guardo en la memoria la decepción de descubrir tales olvidos. No sé qué era peor, si extraviar el reloj que tanto me gustaba o la insoportable sensación de no ser capaz de responsabilizarme del paraguas de mamá, de papá o de alguno de mis hermanos. Al fin y al cabo, uno aprende a convivir con las pérdidas personales, pero ocasionar lesiones en el patrimonio ajeno, ya es más doloroso. En cierta ocasión, logré hacer desaparecer tres paraguas en una sola tarde, lo que me llevó a ser considerado irresponsable del año. No obstante, como vivo en un lugar donde únicamente llueve durante un mes, aquel nombramiento terminó por ser revocado al cabo de la temporada de lluvias. En cuanto a los relojes, me acostumbraría al desasosiego propio de quién vive sabiendo que nada es para siempre. Los llevé metálicos, de plástico, de aguja, digitales, negros, plateados, incluso con segundero y cronómetro. Los perdí todos. Ahora ya no llevo reloj. No necesito averiguar cuánto puedo aguantar sin respirar ni tampoco conocer los interminables minutos que quedan para que termine esa clase tan pesada. Dejé de contar el tiempo de casa al instituto y hace años que ya no espero a ningún bus. Los compañeros, que durante tanto tiempo han trabajado conmigo, poco saben de mi vida y, por eso, esta mañana me han despedido con una placa, un paraguas y un reloj. Al llegar a casa, he guardado el paraguas en el maletero del coche y le he dado el reloj a ella para que me lo guarde. No sé lo que he hecho con la placa. Debo haberla olvidado en cualquier sitio.

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