Que le den

De mal humor, pero a gusto. La señora pasaba las cosas del carro a la cinta. Tomates, gel, amoníaco, un cubo de pedal nuevo para la basura, galletas, pasta de dientes, fresas, leche, pan, huevos, harina, café, insecticida, yogures, carne, sopa en polvo, cerveza, pizzas precocinadas, embutido, patatas, pescado, encurtidos, colonia para los niños, agua, trapos de cocina, un jamón, arroz, macarrones, pilas AAA, chicles, trampas antipolillas, lejía, abrillantador, compresas, un plumero y la tarta del cumpleaños de la niña, con sus correspondientes velitas de números. Mientras sacaba todo aquello del carro, la gente se agolpaba en la cola, curioseando entre la compra de la señora. Algunos resoplaban al ver que en el cubo de pedal también había metido cosas. La chica de la caja, muy profesional, trataba de dar conversación a la mujer, comentando de vez en cuando la calidad de alguno de los artículos que comenzaban a atascar la cinta. Tras diez minutos de extracción, llegó el momento de volver a meterlo todo en bolsas. La señora había traído consigo catorce bolsas de lona, aunque las tenía en el coche. Hacía calor y alguien de la cola hizo alguna objeción del tipo «a mí ese agua no me gusta; está mala». La señora volvió del aparcamiento tras dos minutos intensos en los que la chica de la caja bromeaba con el partido del año, que comenzaba en apenas un cuarto de hora. Las catorce bolsas aparecían tapando a la señora por completo. Sudaba en exceso, a pesar del vestido que llevaba, ligero y fresco. Entonces explotó. ¡Qué harta estoy de venir a comprar sola! Todos, sin embargo, escuchamos lo harta que estaba de imaginarse al marido despatarrado en el sofá, con los calzoncillos manchados, frente a un tercio fresquito, preparado para ver el partido con los dos hijos de 11 y 15 años, suspensos en la ESO. Los tres. La niña, con las amigas, celebrando el cumple. La madre, harta. Harta de comprar, de las catorce bolsas, de no poder lucir ese escotazo en una buena fiesta, de malgastar el dinero en la peluquería para nada. Harta de comprar lo que ella no necesita, de comprar para los demás. Sí, hasta de comprar para la niña, incluso. Harta del coche de tres puertas que se lleva todos los arañazos mientras el A6 espera a que el señor lo saque para ir de viaje con todo preparado. Harta de los buenas contestaciones que escucha cuando revienta y ya no puede más. Harta de los de la cola, de la chica de la caja, del supermercado entero, harta de la puñetera vida que le ha terminado por dar la verdadera cara que tenía. Por eso, cuando suelta los ciento setenta y cuatro euros con ochenta y dos y enfila la salida con su carro mágico, decide que se va a ir con el primero que le mire el escote y al carro, al carro, y a uno que ella sabe, que le den.