Veintitrés

Veintitrés. Es mi número de citas durante este dos mil veinte. Las veintidós anteriores no arribaron a puerto. Las hubo de duración instantánea (la mayoría). Otras, en cambio, casi terminan felizmente. Tal vez en otra ocasión, fue la frase más escuchada.

La de esta noche, la (cita) veintitrés, terminará, por decreto, a las once (pm). Así que tengo dos horas para saludarte (con la mano en el corazón), mirarte, hablarte, escudriñar tus pensamientos y, quizá, desearte. Ciento veinte minutos para salvar la inevitable timidez que me bloquea durante estos encuentros, para seguir interesada en ti cuando finja que comprendo tu última ruptura, para preguntarme si no serás una más a la que olvidar tras unos meses.

Has llegado unos minutos tarde, pero no los tengo en cuenta. Siempre me gustó beber sola y fueron dos martinis muy secos los que cayeron mientras te esperaba. Colorada como un tomate, compruebo que eres la de la foto y se me escapa una sonrisa burlona. No te preocupes. Me río porque pareces nerviosa al haberte demorado y eso te importa. Escucho tus excusas y me las creo (porque me gustas y quiero hacerlo). Comemos rápido y, casi a las veintitrés (horas), me despides con un beso. El primero de todas estas veintitrés (citas).

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—relatos de un segundo confinamiento—