Antes de salir, miró las fotos de los que ya no estaban. Comprobó que había atado bien las zapatillas y salió de casa. Caminó deprisa. Exactamente durante las tres horas permitidas, hasta quedar exhausta. Lo hizo acompañada de su marido. Hablaron poco durante el trayecto. Apenas un par de comentarios sobre los vecinos, unos metros por delante. Ya en casa, volvieron los recuerdos, impresos en los retratos, distribuidos por todas las estancias. Tras la ducha, se dejó caer en el que fue su sillón y se quedó dormida. Aún le pareció que estaba allí.
—¡Despierta, nena! Ha llegado la niña.
La vida sigue, repleta de emociones, rutinas y quehaceres. Incluso en estos días, en los que salir a pasear ya no se parece a lo de antes. Ya no están los de antes, aunque caminamos con su recuerdo.