Un monstruo verde me busca por la habitación. Tiene los ojos rojos y las pupilas muy negras. No son como las mías. Son como las habichuelas de los martes, que están malísimas. Menos mal que es mi habitación y me conozco todos los rincones porque ya llevo mucho tiempo jugando con mi hermana al escondite, por lo menos desde que nací o más incluso. Eso sí, aunque es mi habitación, está rara porque la cama está en el techo y yo estoy debajo del armario, que de repente es muy grande y yo muy pequeñito. Estoy enfadado porque llamo a todo el mundo y nadie viene. Al final, el monstruo de los ojos me va a encontrar y me comerá pero no ocurre eso. Ha empezado a sonar nuestra canción favorita y el monstruo se va. Poco a poco abro los ojos. Ya decía yo. Era un sueño. Un sueño de monstruos.
—FAR-LOOO-PA. Papi, ¿qué es farlopa? —Bajo el volumen de la radio desde el volante porque me parece que el nene me ha preguntado un disparate. Tiene siete años.
—Dime cariño, ¿qué dices?
—Farlopa, ¿qué es? —Ahora sí que lo he escuchado bien. Aprieto el volante con las manos, echo un vistazo a través del retrovisor y lo veo mirando por la ventanilla. A lo lejos, en mitad de la nada, una vieja casa abandonada al borde de la autovía muestra una pintada descomunal. Solo es esa palabra, en mitad de la fachada, en rojo y escrita con mayúsculas.
—Nada nene, «tontás» que escribe la gente. Pero está muy bien leído. ¿Has dormido mucho?