Cuando despierta, advierte enseguida que su parada era esa. Resoplando, se resigna a bajarse en la siguiente. Le tocará coger el de vuelta o terminar andando unos cuatro kilómetros. Mientras se lo echa en cara para sus adentros, la chica morena no deja de mirarlo. Ella replica las palabras que parecen salir de sus labios. Cuando bajan, ella ya sabe cosas de su vida. Sabe que desde que sus padres murieron, descuida los detalles. Sabe que su única hija le niega la palabra desde aquella boda en la que coincidieron pasado y presente. Desde entonces, el futuro se volvió un poco más negro y ni siquiera la cerveza, las compañías o los libros pueden aclararlo. Ahora que ella lo sabe, no lo dejará solo. Saldrá de la estación con él, lo seguirá a casa, al trabajo, dormirá en su cama, escuchará sus pensamientos. Él, a estas alturas, ya se dado cuenta. El miedo se ha ido desde que perdió la que creía su última parada.