Las uvas

Llevaba tres cuando recordé algo. Aquello me imposibilitó tomar la cuarta a tiempo y acabé perdiendo la cuenta. Todo por recordar que ya no soy un chiquillo con la cabeza llena de rizos y de pájaros, que ya no tengo estómago para comerme el mundo, que los cuarenta quedan lejos de narices y que las cosas que me vienen importando en los últimos tiempos las cuento con poco más de tres dedos. A punto de atragantarme, conseguí zafarme de la séptima y forzar en el sprint una llegada digna a la duodécima. Con ese último trago se marchó todo lo malo de este año y me quedé con lo bueno de haber mandado a freír puñetas a todo lo que no me gusta, que no es poco. Por ahí dentro anda, ya saldrá. Vivan las uvas, que todo lo aclaran.