Mónica no sabe lo que le pasa. A veces, despierta, dice que se ahoga, que le falta el aire. Se repone al momento, justo cuando cree que va a morirse. No quiero que esté tanto tiempo sola, pero no me deja irme con ella. Dice que lo va a superar. Sólo es ansiedad.
Yo tampoco sé lo que me pasa. A veces, despierto, me encuentro bien. No tengo ganas de llorar. Incluso da gusto entrar a la cocina y verlo todo recogido. No dura demasiado. Cuando quiero darme cuenta, vuelvo a ser una enorme bolsa de lágrimas que se derrama por el piso de terrazo. Ojalá fuera ansiedad.
Tal vez si estuviera con Mónica. Si coincidiéramos en esos inhabituales momentos. Ella a punto de expirar y yo con ganas de vivir. Entonces la salvaría. Y ella, después, a mí. Durante el resto de mi vida. Pero en ese orden. No quiero que Mónica y yo coincidamos cuando los dos sí que sabemos lo que nos pasa.