En la nueva normalidad los jugadores de fútbol mantienen la distancia de seguridad en la formación y en el banquillo, aunque sobre el terreno de juego lo que tenemos es otro cantar (como es normal).
Sin duda alguna, debe haber aumentado el número de imbéciles o (al menos) alguien debe pensar que así es. Hay que serlo (y mucho) para tragarse semejante postureo.
—¿No sería mejor contar la verdad? Miren ustedes, queridos ciudadanos. Nos interesa que vuelvan los partidos de fútbol. Hay mucho en juego (no sólo el balón), así que ¡compréndanlo leche! Se juega y ya. Sabemos que es injusto y que, de nuevo, hay negocios con privilegios, pero así es la vida. Al menos, admítanlo, podrán volver a disfrutar viendo fútbol.
—Pero… ¿estamos locos? ¿Cómo vas a decir la verdad? De eso nada. El fútbol vuelve, ¡con todas las medidas de seguridad! Y se lo tragarán ¿no ves que son gilipollas? Si les contamos una milonga detrás de otra y ni se mueven ¡Venga!
—¡Pues llevas razón ¡Joder! No me había dado cuenta de que ya habíamos hecho lo mismo con las aerolíneas. Todos bien pegaditos, metidos en un cilindro metálico a 700 kilómetros por hora. Pero con mascarilla, oiga ¡que el turismo es importante, aunque lo primero es la salud! No como en los autobuses. Ahí hay más peligro, así que al cincuenta por ciento. ¡No sé cómo se me había pasado!
—¡La verdad, la verdad! Si al final vas a ser igual de tonto que ellos. La verdad no se dice nunca. A ver si aprendes, ¡idiota!