—¿Qué te parece la comida? —me preguntó mientras masticaba ostensiblemente, sin dejar de mirarme.
Me sentí en la necesidad de contestar. El descaro que mostraba al exigirme una respuesta era incluso desagradable.
—Podría estar mejor —dije, evitando aquellos ojos de sapo, al tiempo que cambiaba la comida de sitio con el tenedor.
Levanté la vista del plato. Seguía mirándome sin dejar de masticar. Pude advertir algo en el interior de su boca. No podía soportarlo. Tuve que decirlo.
—¿Ocurre algo? Porque… no dejas de mirarme. Y yo, así, no puedo ni comer.
—Nada. No ocurre nada. Bueno, sí. Me gustas. Quería decírtelo. Supongo que se nota ¿no? —Esta vez sonrió, dejando escapar restos de comida de entre sus labios. Fueron a parar a su mentón.
De acuerdo. Aquella mañana me había levantado sabiendo que sería un día más de confinamiento. Estábamos en la fase uno, pero realmente daba igual. Pasaría horas frente al ordenador, calentaría comida, me sentaría un rato en el sofá y volvería al trabajo. Tal vez diera un paseo a última hora de la tarde. Después de cenar cualquier cosa, echaría un vistazo a las redes sociales, leería un poco y me acostaría.
No estaba en mi ánimo repetir esta rutina un día más, así que abrí el Tinder, cerré los ojos y cuando me quise dar cuenta, tenía una cita a ciegas con alguien ¡La primera tras casi dos meses de encierro!
—A ciegas no sería ¿o era un perfil sin foto?
—Había fotografía. Pero de hace años. No tenía esas enormes bolsas debajo de los ojos. Y… ¿qué más da que tuviera foto? Estas citas siguen siendo a ciegas. Jamás serías capaz de imaginar que alguien pudiera comer pasta de esa manera, tan, tan… ¡mejor me callo! No quiero ponerte mal cuerpo.
—¿Cómo reaccionaste?
—Le dije que a mí no me gustaba en absoluto. Intenté con todas mis fuerzas no parecer borde, pero no me dejó otra salida. Ya se había declarado y hacía ademán de acercarse hacia mí para besarme.
—¿Y qué dijo?
—Nada. Se quedó con la boca abierta y se le terminó de caer toda la comida que estaba masticando sobre el plato. Me miraba como si alguien hubiera clavado un puñal en su espalda ¡En serio! ¡No se lo esperaba!
Seguí con mi historia.
—Ver todo aquello me provocó un asco tremendo y tuve que taparme con la servilleta para no vomitar. Me levanté como pude y eché a correr.
—Y ahí fue cuando olvidaste tu cartera ¿no es así?
—¡Exacto! La cartera y el móvil. Y lo peor de todo es que tardé en darme cuenta más de diez minutos, que fueron los que empleé en llegar a casa. Volví sobre mis pasos, pero cuando alcancé la terraza del bar donde habíamos quedado, no estaba. Me dirigí al camarero que nos había atendido.
—¡Sí! Ha dejado aquí una cartera que concuerda con esa descripción. Está dentro. Espere usted un momento aquí, que voy por ella.
—¿Y estaba todo?
—Faltaban cincuenta y dos con treinta y en su lugar se hallaba el ticket de la comida y una nota escrita con una caligrafía horrible.
—¿Qué decía en ella?
«Me has roto el corazón, así que la comida corre de tu cuenta. No busques el móvil. Lo tengo yo. Si quieres recuperarlo, tendrás que volver a comer conmigo. Mañana. Aquí. A la misma hora. Invito yo. Y seré más amable. Lo prometo. Besos por todo tu cuerpo»
— ¡Menuda historia! Entonces… ¿te gusta esta funda para tu nuevo iPhone?
—¡Es perfecta! ¡Me llevo las dos cosas! ¡Gracias!