Pardos y blancos

Esta mañana he visto un perro atado a una farola, justo al lado del despacho de pan de Lucía. El can esperaba pacientemente a que alguien familiar lo sacara de ese apuro, por lo que al pasar por su lado no dejaba de mirarme con esos ojos redondos y azules. Yo ya me había fijado en su pelo; todos los días no se ve a un perro verde, mucho menos cerca de casa y, por si todo esto fuera poco, resulta aun mas extraño que creas que te confunda con su dueño. Me he quedado mirándolo y él se ha quedado preocupado. Mi espalda lleva días haciendo de la vida un acontecimiento doloroso e inútil y aquí, apoyado en la farola, clavando mis dedos en ella para evitar soltar un alarido, es cuando Tulo me ha mirado y, tras ver una lágrima de dolor contenido resbalar por mi mejilla, me ha ladrado para darme ánimos. Peor resultaría estar atado a la puerta de un despacho de pan mientras el resto del mundo se pregunta si los perros verdes ladran para aliviar los dolores de espalda de aquellos que inducen que, visto un perro, vistos todos. Todos los perros ladran, como Tulo en su farola, como yo cuando mi maltrecha espalda me hace ver verdes donde solo hay pardos y blancos.