Proxy

—¡A comer! ¡Venga! ¡Lavaos las manos!

Diego y Laura habían terminado de preparar la comida y de poner la mesa. Llamaban a los niños, aunque era inútil. Sabían que no los habían escuchado (maldito móvil, malditos auriculares, maldito confinamiento), así que gritaron más fuerte.

—¡Diego, Laura! ¡A comer!

Laura hizo ademán de ir a buscarlos al salón. Sabía que estarían tirados en el sofá, descalzos, con la tele puesta y absortos en la pantalla del móvil. Diego la cogió de la cintura. Ella intentó zafarse, aunque enseguida se dio la vuelta. Se besaron repetidamente.

—¡Tranquila, ya estoy yo pendiente! —dijo Diego, mirando hacia la puerta, justo antes de morderle el cuello. Laura soltó un respingo y lo apartó con fuerza.

—¡Estate quieto!

No había terminado de decirlo, cuando ella se acercó y le susurró al oído

—¡Sabes que me pones loca con eso!

Los dos se giraron. De pie, descalzos y en pijama, Diego y Laura, con quince y catorce años, miraban a sus padres hacer el ridículo (quererse de mayores).

—¡Bueno venga! ¡A comer! —dijo Diego (padre), sentándose rápidamente en su sitio y comenzando a servir la pasta.

—¿Qué tal si os quitáis los auriculares y dejáis el móvil en el salón?

El tono de mamá cuando decía esas cosas era insoportable. Aunque era mucho más patética la sonrisa que mostraba, inmediatamente después, papá. Como diciendo «tu madre tiene razón» ¡Estoy harta de este confinamiento! ¡Y de este tonto también! A ver para qué me empuja.

—¡Quita! ¿Eres tonto o barres playas? ¡Qué hermano más imbécil tengo!

—¡Venga! ¡Haya paz! Sentaos ya de una vez y empezad a comer.

Aquella era otra comida más. Exactamente la número cuarenta y ocho. Todos esos días encerrada en casa con papá, mamá y este. Sin ver a mis amigas y sin ganas de nada. Aburrida. Harta.

—Mamá. Tú, que eres científica ¿me podrías decir cuándo la vida volverá a ser normal? Porque yo no puedo más y, además, pienso que nunca viviremos una vida como la de antes.

—¿Le respondes tú o le respondo yo? —preguntó mamá a papá (él también es científico), señalándome con el tenedor cargado de pasta.

—¡Tú, tú! Te ha preguntado a ti —(de nuevo esa patética sonrisa).

—¡Y no me digas que pronto o que cuando lo decida el gobierno! ¡Quiero una respuesta propia de un científico! —interrumpí antes siquiera de que mamá comenzase a hablar. Ponerme borde con su profesión me gustaba, porque solían enfadarse y perder esa paciencia infinita que los dos aparentan tener en sus trabajos. Tan serios, tan correctos delante del ordenador cuando hacen esas videoconferencias que llaman webinars. Me encanta ser una borde. Mamá esperó un rato antes de contestarme.

—No sé si será propia de un científico, pero sí, al menos, de un estadístico, que es a lo que tu padre y yo nos dedicamos. ¡Diego, no le pegues a tu hermana!

Mamá siguió con su explicación.

—Pues resulta que en estadística, cuando queremos conocer algo sobre un fenómeno y no podemos observarlo directamente, solemos buscar una proxy. Sí. No pongas esa cara. Una proxy es una variable próxima a ese fenómeno que no podemos estudiar directamente. Por ejemplo, si tú quisieras saber cuánto te quiero, podrías contar todas las veces que te he cuidado cuando estabas enferma o las veces que te he apoyado en momentos difíciles para ti o en las que te ha ayudado sin pedirte nada a cambio o en las que me he sacrificado y he antepuesto tus demandas a las mías. Todas esas variables pueden indicarte cuánto te quiero (aproximadamente, claro).

—¿Qué tiene eso que ver con la pregunta que te he hecho?

—Mucho. La mejor variable proxy que puedes encontrar para saber que ya todo es como antes, son los amigos. Lo sabrás cuando puedas abrazarlos, estar con ellos durante horas, ver una película todos juntos, salir al parque, quedar en la piscina, hacer el tonto sin un final, no necesitar ninguna proxy para saber que son los mejores amigos del mundo, que te quieren, reuniros a comer, contaros cosas, reír sin motivo y ser felices. Cuando todo eso ocurra, ya será como antes. No hay mejor proxy para calibrar una vida plena que los amigos que uno tiene.

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