Juan llega tarde. La puerta está abierta, así que pasa sin mediar palabra y se sienta en la primera silla libre. Un señor habla desde su mesa, al lado de la pizarra. Atienden algunos alumnos. El resto se ha girado para mirar a Juan.
Juan asiste a clases de democracia, que para eso ahora es una materia obligatoria en todos los cursos. La última ley de educación (la vigesimoquinta) la consagró como el núcleo de la excelencia académica.
—Tal vez Juan pueda resolver nuestras dudas ¿no cree? —pregunta el señor de la pizarra, dirigiéndose a él.
—A mí tus dudas me importan una mierda, francamente —espeta Juan, con la espalda apoyada en la pared, girado hacia sus compañeros. Ni siquiera le ha merecido la pena mirar a su interlocutor.
El señor se apura para realizar un apunte en su ordenador. Abre la hoja de evaluación y consigna una nota favorable en la casilla de Juan. Un diez. El software solicita justificación. Teclea durante unos segundos:
Pronuncia con seguridad la palabra «francamente», expresándola en el contexto adecuado, haciendo uso de su libertad de expresión y desarrollando su competencia emocional mediante la proyección de ideas conectadas con sensaciones personales.
El registro queda grabado en el sistema. Suena un «beep» y, seguidamente, un sonoro aplauso. Los altavoces del aula, conectados por bluetooth, reproducen una alegre música de feria. Al término de esta, una voz metálica tararea la frase de refuerzo:
Enhorabuena, Juan. Has ganado reputación democrática.
Si el algoritmo fuera perfecto, habría advertido que Juan se había marchado al poco de ejercer su libertad de expresión. A Juan le gusta pasear por las dependencias del IES, entrar en otras aulas, pasar al baño, romper algún espejo o mirar el móvil si no tiene otra cosa que hacer. Es en ese momento cuando ve el mensaje de retroalimentación.
—Otro punto democrático más de mierda. Estoy hasta los cojones de estos gilipollas —se dice, mientras termina de orinar en el lavabo.
Para mañana, no olvidéis el trabajo. Tenéis que preguntar a vuestros padres qué es la democracia. Recordad que es…
Leandro no termina la frase. El timbre no perdona y no queda nadie en el aula para tomar apuntes acerca de la tarea. Recoge sus cosas y baja las escaleras de manera automática, sabiendo que mañana alguien vendrá con unas líneas escritas acerca de la democracia. Casi podría adivinarlas, pues coincidirán con la definición que aparece en internet en primer lugar.
Democracia: Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes.
No preguntará por el significado de las palabras que incluye la definición.
—¡Qué más da! —se dice, mientras arranca el coche. —Tener que enseñar en las escuelas qué son los valores democráticos es la prueba palpable de nuestro fracaso como sociedad.
—¡Leandro capullo! ¡Muérete infeliz! —gritan desde las vallas cuando pasa al volante. Vuelve a sonar el «beep». Diez puntos más de reputación democrática, otra vez por libertad de expresión.