Todo va a salir bien

Estáis solos en esto -escuchó sentado sin inmutarse. Aquel hombre se había lavado las manos. No les prohibió hacerlo, aunque quedó claro que tampoco movería un dedo para ayudarles. Eso sí, si el final era feliz, él sería el primero en disfrutar del reconocimiento.

Juan ya lo sabía. Se lo quedó mirando, asintió con la cabeza y se marchó, cerrando la puerta al salir del despacho. Fuera, lo esperaba Ángela, quien supo enseguida que tenían vía libre. Agarró su bolso con las dos manos y levantándose de su silla se acercó a Juan.

– Te ha dicho que sí, imagino.

– Como suponíamos. Nos deja hacerlo. La regla es la que esperábamos. Si fracasamos, será nuestra responsabilidad. En caso contrario, él se llevará todo el mérito, aunque nosotros lo disfrutaremos, como ya imaginas. Vamos a por el coche.

Ángela conducía de manera serena. Juan no habló durante todo el trayecto. Se limitó a cerrar los ojos y descansar. Ella lo miró un par de veces y supuso que estaba repasando el plan. No quiso comenzar ninguna conversación, a pesar de que era el momento idóneo. Recordó cómo su padre siempre le decía que las cuestiones importantes había que hablarlas en el coche, donde nadie puede escucharte. Poco antes de llegar, Juan abrió los ojos y buscó algo en el bolsillo derecho de su chaqueta, comprobando que seguía en el mismo. Ángela paró el coche y los dos bajaron. Caminaron hacia los dos hombres. Estaban a unos cien metros de ellos.

Mientras se acercaban, Ángela miró de reojo a Juan. Quería saber si estaba nervioso. Lo vio calmado. Aquellos dos hombres eran muy diferentes el uno del otro. El más alto tenía una figura descarnada. Se veía a leguas que era mala gente. Casi tísico, ojos diminutos y vacíos de toda bondad, labios finos y apretados y un rostro áspero. Ángela creyó adivinar algo escondido entre el pantalón y la camisa, justo en la parte de atrás. Su compañero tenía un aspecto amable y calmado, lo que lo convertía en un tipo aún más peligroso si cabe. Recordó las lecciones de Gómez, su primer compañero. Siempre le decía que, ante una pareja así, el amable sería el psicópata. -Hazme caso, niña, el de la sonrisa es el que te arrancará los dedos.

– ¿Lo traes? -dijo el descarnado con tono desafiante, justo cuando estaban a menos de diez metros. Juan se detuvo e hizo un gesto señalando su bolsillo derecho.

– Nosotros traemos lo nuestro ¿y vosotros? -dijo Ángela sin quitar ojo al psicópata de la sonrisa. No había dejado de mirarla desde que bajó del coche. Ella conocía esa mirada. Sin embargo, tras su pregunta, ya no la volvería a mirar de esa forma.

– Está en el coche. A salvo. -indicó el psicópata, señalando un bmw 318 aparcado unos metros tras ellos. -Lo que tenéis que hacer es daros la vuelta y dejar lo que llevas en el bolsillo en vuestro coche. Después, subís al bmw y os marcháis. Las llaves están puestas. Nosotros nos marcharemos en el vuestro, así que deja las llaves también en él, -dijo dirigiéndose a Ángela, de manera pausada.

Ángela le dio las llaves a Juan. Él asintió con la cabeza, mientras éste se daba la vuelta y caminaba hacia el coche. Ella prefirió quedarse frente a los dos hombres, dejando claro que no les daría la espalda mientras ellos no se movieran. Cuando Juan volvió, caminaron hacia el bmw. Los hombres hicieron lo propio. Al cruzarse, Ángela supo que lo que les esperaba en aquel vehículo no era lo acordado. Se había encontrado, en varias ocasiones a lo largo de su vida, con la misma sensación y estaba segura de no equivocarse.

Esta vez sería Juan quien conduciría. Ángela, solo por esta vez, estaba equivocada. El televisor que ambos compraron online sí se correspondía con el que los dos hombres habían depositado en el maletero del bmw. Un ultra hd 8k de 55 pulgadas y pantalla curva, que había exigido abatir los asientos traseros. Aún así, Juan lo extraería de la caja para comprobar que el modelo era el solicitado. Lo era. Podían irse a casa tranquilos.

Los dos hombres, a su vez, comprobaron el pago introduciendo la tarjeta de compra en el terminal del coche de Ángela y Juan. El código de compra y entrega era correcto. El descarnado conduciría el coche hasta el nuevo punto de intercambio, donde Juan entregaría el bmw, una vez descargado el televisor en casa. Ángela recordó la frase de Juan, horas antes de solicitar el préstamo en aquel despacho del banco, -Estáte tranquila. Las entregas online ya no son tan peligrosas como antes. Todo va a salir bien, Ángela.