Han acordonado la zona. La puerta del café está atestada de policías. La judicial acaba de llegar. Entran y salen mientras decenas de curiosos nos acercamos. Estiro el cuello, justo detrás de un periodista y logro ver cómo introducen el cadáver en la ambulancia, dentro de ese saco de plástico negro. La gente me empuja y el fotógrafo se mosquea. Los de la judicial dan casi miedo, con esos vaqueros desgastados y esas gafas de sol de visión nocturna. A medio afeitar, hablan entre ellos mientras uno de sus compañeros saca del local al culpable, inmovilizado. Quién lo diría. Parece inofensivo y se acaba de cargar a un tío de casi metro noventa en el pub de toda la vida, en pleno centro. El periodista no deja de disparar su cámara, inmortalizando el momento en el que dos agentes logran introducirlo en el maletero, precintado. Es un Windows 10, declara el teniente de la Brigada a la prensa local. Comenzó a actualizarse antes de ayer y acabó con la vida de su propietario. No somos nadie, me dijo el fotógrafo mientras apagaba la grabadora.