Los veranos

Solía leer cinco o seis libros durante el estío. Se sumergía en las historias escritas en sus páginas con tanta pasión que el tiempo dejaba de importarle, agarrándose así a la idea de lo que esperaba supusiera un verano. El calor de las horas centrales del día parecía disiparse al atravesar el emparrado y acariciar su cara mientras, entre líneas, cocinaba, asesinaba, recitaba o intentaba enderezar los renglones torcidos de Dios. Al caer el sol y tornarse más fresco el día, las historias solían viajar del papel a su cabeza, donde les seguía dando vida mientras disfrutaba escuchando los sonidos propios de una noche de verano y los ojos, cansados de vivir aventuras, comenzaban a entornarse. No hubo, durante esos meses, mañanas sin baños, tardes sin libros y noches sin calma y, por eso, aquellos eran los días que más le habían gustado siempre.