Esta semana se anunciaba una probable fusión dentro de nuestro mapa bancario. CaixaBank y Bankia pasarán a ser una sólo, disolviéndose sus personalidades al crear una nueva. Ignoro si será exactamente así, sin marcas ni cicatrices, sin que el espíritu solitario de una de ellas siga apareciéndose a la sombra de la nueva criatura.
De acontecer tal parto, en el pueblo/barrio/pedanía, unos pocos se quedarán y otros muchos se irán. Habrá que eliminar duplicidades, otrora llamadas oficinas. Y con ellas, vidas laborales a medio cuajar. Triste pena verte metido en ese embrollo.
Soy un babyBoomer y, como tal, recuerdo los ingresos en ventanilla y papel, las libretas de ahorro embutidas en el rodillo de máquinas de escribir que doblaban el tamaño de mi olivetti verde (preciosa). Recuerdo los consejos de madre y charlas de vecinos, culminadas de manera satisfactoria con la máxima “se ha colocado en el banco”. Aquel oficio que vino a matarlo el sicario de Internet.
Porque lo matamos todos, de encargo y en nuestra conveniencia, que una cosa no avanza sin la otra y somos consumidores ávidos de transparencia, rapidez, comodidad y eficiencia (que no quiero decir eficacia, que siempre la hubo, leches). Estas propiedades anteriores son elásticas, pero a costa de algo. Mire usted, quiero tomates morunos, a buen precio y en la puerta de casa, con sello ecológico y garantía a prueba de ODS.
Lo que usted quiera, pues.