Igual

Yo voy al tercero. Pues nada, nosotros al segundo. Yo me subo ya, aunque en realidad bajaba. Y ahí estábamos los cuatro, en apenas dos metros  cuadrados. Susana, impaciente por llegar al parking, decidía subirse. Manolo y Raquel, matrimonio inquebrantable, con cuarenta años a las espaldas y el respeto ganado por haber criado a tres hijos, camino de recoger sus análisis. Y yo, con las prisas de siempre. Llegaba tarde al despacho. Juan debería estar acordándose de mí entre nómina y nómina. No recuerdo con exactitud cuando se detuvo el ascensor. Creo que comenzó a renquear en la entreplanta. Después vinieron los destellos de los led parpadeando, el tosco sonido de la maquinaria al detenerse, subiéndonos el estómago hasta el pecho. Y el silencio. El silencio de las cosas malas, que es totalmente distinto al que media entre las palabras de los enamorados. Manolo fue el primero en romperlo. Pues nada, que nos hemos quedado atascados. Lo decía a la vez que nos miraba de arriba a abajo, como chequeando nuestro peso. Creo que hizo un cálculo rápido. Luego miró a la placa y dedujo que los kilos no eran el problema. A estas alturas, yo ya sé que Manolo no lo hacía a malas. Raquel me ha contado muchas cosas de él. Cómo empezaron sin nada, en aquella tienda de ultramarinos, los primeros años, solos y con dos bebés, las penurias de aquellos años y la fortaleza de los principios que siempre los guiaron. Perderían a un cuarto hijo con dos años de edad y los dos se tuvieron el uno al otro, sin que ninguno de ellos pueda, años después, reprocharle nada al otro. Estas cosas me las cuenta Raquel en voz baja, mientras Manolo se pone con Susana a limpiar el pollo o a trocear cebolla. Como lo de picar ajo no va con él, nos encargamos nosotras y así, pegaditas al otro lado de este ascensor, vamos haciéndonos confidencias. Raquel ya sabe lo de Luis. Me ha dicho que lo que nos pasa es solo de gente moderna. Que esos problemas son de ahora, que antes solo había tiempo para quererse, cuando acababa el día. No sé qué haré sin Raquel cuando salgamos de aquí. No sé si quiero salir de estos dos metros, después de cinco meses juntos. Ni siquiera sé si Luis sigue al otro lado. A Susana le comunicaron los bomberos la semana pasada que Andrés se ha casado. Raquel habló mucho con ella y Manolo le contó algo que, finalmente, la hizo reír. Cuando salga de aquí, igual el mundo ha cambiado de bandera, de ideología o de líderes. Igual todo sigue igual, en proceso de cambio. Igual, seguimos siendo igual de gilipollas. Igual, lo somos más. Lo que tengo claro es que Manolo y Raquel seguirán sabiendo que entre ellos todo sigue igual. De bien.

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