Sergio ha puesto el modo avión en su móvil. Dice que hasta San Antón no lo vuelve a tener operativo, fecha en la que le hará un reseteo para así no tener que leer todos los guasaps y notifáis que recibiría de golpe al volver a conectarlo. Todos los años, Sergio le da un descanso al esmarfon y saca del baúl de los recuerdos un Nec del 97 (que le descolgó varios abrigos por llevarlo en el bolsillo interior) al que coloca una tarjeta de prepago con la agenda imprescindible para ir tirando durante las Navidades. A saber, los números de los hijos, padres, hermanos, novia, vecino del quinto que tiene copia de llaves y el mío, único contacto con la logística exterior. Dice Sergio que así empieza bien el año, limpio de polvo y paja, sin cargas ni traumas, como quien nace el 31 del doce. Nosotros lo llevamos bien. Nos enseña lo que ya sabíamos hace años y que, por gilipollas, hemos ido olvidando. Que era factible contar con amigos a partir del teléfono fijo, que existía el amor y la amistad sin necesidad de likes, que llegabas a la hora al sitio de siempre, que te mirabas a los ojos cuando hablabas (porque si estabas mirando para abajo era por otra cosa), que no te morías y, sobretodo, que para saber que te querían y querías, no era necesario que se enterara ni Dios. Y es que Sergio nos quiere, aunque no lo ponga en el feisbuk y no conteste, durante las Navidades, ni a un puñetero guasap.