El confinamiento, al menos en mi pueblo, ya no existe. Puedo ir a trabajar, caminar por la calle, salir a correr e incluso sentarme en el poyete a ver la vida pasar.
La pega es que me ha sobrevenido, de repente, una buena carga de trabajo extra y las horas junto a la mesa de escribir me están haciendo recordar el puñetero estado de alarma. Menos mal que esta vez no me coge por sorpresa y me he apropiado de la silla de estudio de uno de mis hijos. ¡Ahora sí que puedo trabajar!
La silla es verde y ergonómica. Tiene unas rendijas en el respaldo para que mi espalda respire y un mando, justo debajo del asiento, para regular la altura a mi gusto. Unas ruedas a prueba de noventa kilos y un pie de aluminio rematan el cuadro. Mi silla verde es fabulosa y cuida mis riñones.
Tanto es así que esta tarde he escrito muchas líneas e, inspirado como estaba, he resuelto algún que otro inconveniente con originales ideas. Estas sólo acuden a la mente cuando uno está motivado y la espalda descansa como Dios manda. Todo, sencillamente, gracias a mi silla verde.
En uno de los descansos (breves) que he realizado, me he acordado de todas aquellas personas que sí que están confinadas, sin poder acudir al trabajo, con miedo a salir a comprar, hartas de este segundo acto eterno y enfadadas, realmente enfadadas por tanto agravio comparativo.
—Este sí, este no. Lo sentimos, le ha tocado a su pueblo.
Muchos de ellos teletrabajarán y lo harán en sillas de salón o de cocina, tal vez en taburetes insostenibles, poltronas que oscilan, amenazando quebrarse y causar aún más daño. O esas metálicas que crujen (¿recuerdan ustedes aquellas de cocina con las patas muy delgadas y calzadas con tapones negros de goma? apuesto a que sí).
Mis amigos confinados no tienen la silla verde pistacho que tengo yo y, como consecuencia de ello, su mal humor se acrecenta pues no pueden poner el culo a gusto ni desplazarse graciosamente por la habitación con sus ruedas. Riñonadas que sobresalen, muslos cansados, tirones en las corvas de los pies, mala leche in crescendo, sudor, picor de piel y ¡puñetazo en la mesa!
—¡Así no hay quien trabaje, leches! Mierda de confinamiento, mierda de silla, mierda de vida.
Amigos míos, que estáis confinados. Compraos una silla verde como la mía. No os llevará muy lejos, pero estaréis de mejor humor.