Sábados de vermú

Juanito sale de casa contento. Luce pajarita roja, chaqueta azulona, pantalones de pinzas, crudos y planchados con su raya de toda la vida. Camisa rosa con detalles verticales, reloj de pulsera, gafas de aviador y pelo para atrás. Zapatos de cocodrilo y calcetines de ejecutivo. Con sus cuarenta y cinco años, sigue quedando todos los sábados a tomar el vermú con Paquita -su amor del Colegio de la Santa Estrella de la Luz- y con Julianito, primo segundo por parte de mamá, con quien compartió las primeras juergas a lomos de aquel inolvidable Lancia Delta Integrale. Juntos, besaron a Paquita por primera vez, la llevaron al cine y la introdujeron en sociedad. Cuando la casa de la playa estaba ocupada por mamá y sus amigos, los tres se veían a escondidas en la finca del papá de Julianito y hacían el amor entre risas, alternando el brandy con el LSD que Paquita traía de casa. Hoy, las cosas han cambiado algo. Paquita es Francis y tiene dos preciosidades a las que viste igual, con sus falditas y sus nikis, monísimas. Las lleva al Colegio de la Santa Estrella de la Luz y las recoge Julián, que terminó casándose con ella, aunque lo celebrarían los tres en una noche de bodas inolvidable que rememoran todos los sábados después del vermú. A medio camino, Juanito se echa mano al bolsillo de la chaqueta. Olvidó la coca en casa. Ahora tendrá que dar la vuelta y encontrarse con el nuevo novio de mamá- seis años más joven que él- que es el que le proporciona los gramitos cuando ella no está. De camino, Julián llama para suspender la cita por primera vez en quince años. No localiza a Francis y las niñas se han escapado de las Jornadas de Hermandad con cuatro chicos de buena familia. Juanito siente cómo le ahoga la pajarita y baja la ventanilla de su Infiniti, ya parado frente a casa de mamá. No llores, Julianito. Seguro que todo se arregla. Paquita aparecerá. Todo saldrá bien Julianito. Más calmado, entre sollozos, Julián cuelga. Juanito entra en casa. Ya no necesita la coca. Lo que necesita es acostarse y superar todos estos imprevistos innecesarios. Al pasar por la habitación de mamá, ve a Francis desnuda, sobre el hermoso cuerpo de Ricardo. Sola, sin nadie más que su piel y ese hombre desnudo dentro de ella, abre los ojos y mira a Juanito mientras le muestra sin vergüenza alguna cómo se ha desenganchado de él y de su primito. Ya no habrá más sábados de vermú, Juanito.

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