«Llevas tanto tiempo en mi vida que ya no recuerdo nada más», decía la teniente «Ripley» en una de las entregas de «Alien». Y yo comprendía al bicho perfectamente. Era imposible matarla, porque la teniente «Ripley» era, realmente, Sigourney Weaver y eso sí que son palabras mayores.
La aparente condescendencia que parecía mostrar la bestia con la teniente no tenía reflejo en la actitud de la Weaver. Ella ya lo había aniquilado en las dos entregas anteriores y estaba dispuesta a exterminarlo mil veces más si era necesario. «Ripley» llevaba décadas cabreada, desperdiciando su vida tras una estúpida criatura que sólo sabía esconderse para asestar un golpe mortal a traición, cuando menos podía esperarse.
Pero el «alien» volvía a aparecer una y otra vez, encontrándose de nuevo con ella. Ya no quería eliminarla. Esa criatura babosa sólo llevaba consigo una intención: recordarle que estaría a su lado. Para siempre. Así que «Ripley» hacía lo que sabía (y podía): acabar con ella una y otra vez. Mientras tanto, nosotros, prendados de ese metro y ochenta y dos, de su determinación, de su obstinación y de su mala leche, veíamos una y otra vez toda la saga. Lo admito. Fue mi debilidad durante mucho tiempo.
No contábamos con «Ash», el remilgado androide que estimó que, en río revuelto, podía haber pesca. Aparecía, así, el personaje frío y calculador; metódico y paciente; el que, finalmente, triunfa sin que por ello esté obligado a celebrarlo. Desde las sombras se disfruta mejor el éxito, sin verse en la tesitura de compartirlo.
«Ripley» no podía, sencillamente, eliminar a «Ash». A pesar de estar segura de ello, hay algo que impide dañar a quien no parece llevar intención, a pesar de que ponga todo su empeño en manipular la realidad. Esa fue la condena de la teniente. Ella sabía que podía acabar con el sintético, pero no con lo que representaba, así que volvería a encontrárselo de nuevo, incrustado en otros personajes. El «alien» nunca viajaría solo. «Ripley» jamás terminó de vencerlos, ni siquiera por separado.
A veces, la vida se parece a «Alien». Crees que puedes acabar con tus demonios sin darte cuenta de que no pretenden eliminarte porque, sin ti, no serían nada. Y en esa aparente convicción que muestran se esconde la trampa: situarán a un «Ash» entre tú y ellos para hacerte dudar. Si dudó la Weaver ¿acaso no lo harás tú?