Luz de luna

El led rojo intermitente de la alarma indicaba que ésta se hallaba  conectada. Aun así, una vez dentro, no emitió sonido alguno. La noche era fresca y la brisa movía unos visillos delatores, por lo que no tardé en cerrar la ventana y evitar así sospechas de los vecinos.

La luz de la luna iluminaba toda la casa al entrar por sus enormes cristaleras. Diría que se vivía bien allí tanto por la orientación como por los muebles. Tenía tiempo de sobra así que estuve un rato cómodamente sentado en el salón, asumiendo el rol de propietario. No habían pasado ni dos minutos cuando caí en la cuenta de la espectacular colección de vinilos. Instantes después, estaba  de nuevo disfrutando del chaise longue mientras escuchaba el concierto para violín y orquesta de L. V. Beethoven, que siempre me gustó mucho.

Decidí comenzar a husmear en la cocina mientras escuchaba a Oistrakh. De la cocina pasé a la alcoba y de ésta al despacho  situado al lado de la biblioteca. De repente, mientras rebuscaba dentro del cajón forzado del sinfonier, sentí prisa. Nada se escuchaba, nadie vino pero, en un instante, me invadió la angustia. Los recuerdos me indicaban que debía ser prudente pero no podía perder más tiempo, así que aceleré la búsqueda.

En el cuarto cajón del escritorio estaba lo que llevaba años deseando. Tenerlo en las manos me dejó casi sin fuerzas. No había salido de allí aún pero pensé que por fin lo había conseguido. A mi pesar, quité el disco, reacomodé los cojines del espléndido sofá de cuero y volví a salir por la ventana, aprovechando la luna mancillada por unas nubes tan oportunas como caprichosas.

No suelo sacarlo demasiado de su escondite pero, en momentos como éste, me recuesto en el orejero mientras tomo consciencia de que lo tengo. Tenía nueve años cuando lo vi por primera vez y quince cuando lo perdí. Ha tenido que pasar mucho tiempo hasta que ha regresado y lo poseo de nuevo entre mis cosas. Ahora ya no lo perderé.  Por fin he vuelto a tener valor.

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