Weissbier

Vertió el contenido de la botella en un vaso generoso. Lo hizo despacio, tras esperar el tiempo necesario para oxigenarla. Al ritmo, le añadió el ángulo exacto y el tiempo hizo el resto. Aquel medio litro de Weissbier configuraba de manera correcta la difícil mezcla espuma-líquido hasta llegar justamente al borde con la temperatura indicada por el fabricante. Lo difícil estaba hecho. Miró alrededor. En las mesas contiguas, abundaba el buen humor. Incluso el amor se hacía hueco entre aquellas paredes emparradas. El fresco, ese fresco manchego de últimos de mayo, el mismo por el que suspiran las cerezas. La hiedra, el runrún del patio, el sabor de la soledad buscada, la certeza de encontrarse a sí mismo, parapetado tras la Weissbier. Mientras bebía, repasaba las tareas hechas, las pendientes de realizar, los anhelos de siempre, los recuerdos de los domingos, de las tormentas, de los veranos, de los inviernos, de las demoras y del café. Todos aquellos recuerdos le hicieron saber que lo inigualable de ellos consistía en que los había​ vivido en presente. Apuró la cerveza. Había retenido cada uno de los tragos, agotándolos. Satisfecho, concluía que no necesita futuro. Le bastará con sentir este fresco, el mismo que vivió bajo aquellas tormentas, casi después de recoger las cerezas.

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