Mi madre decía que la Navidad comenzaba en realidad muchas veces, siempre dependiendo del sitio y del momento. Por eso, en la escuela ya era Navidad antes de las vacaciones, para que los niños pudiéramos montar el Belén y llenar las aulas de espumillón plateado y bolas descascarilladas. En casa, sin embargo, la Navidad aparecía durante la mañana de la lotería. A mamá le encantaba encender la estufa temprano y escuchar cómo cantaban los niños las pedreas. La recuerdo atravesar el pasillo, desde el salón hasta la entrada, colocando las figuritas, mientras tarareaba los peces en el río.
Lo de los premios era otra cosa. En realidad, acabó siendo diferente con el paso de los años. Al principio, si salía uno cualquiera, mi madre aparecía corriendo por el salón para subir el volumen, justo en el momento en el que la pareja de niños cantaba el premio, aún más alto. Aquello cambiaría el día en el que la televisión ya supo de antemano dónde iba a tocar y, para cuando mi madre quería darse cuenta, aparecían en imagen señores parecidos a los vecinos, que descorchaban lo primero que se les ponía a tiro y eran arengados por el lotero de turno, embutido en una camiseta auto publicitaria, blanca y de manga corta.
Aquello, que se fue colando en nuestro salón sin darnos cuenta año tras año, acabaría con las navidades de entonces. Al tiempo, los demás nos hicimos mayores, tanto como para tener que trabajar durante la mañana de la lotería. Pero este año, el sorteo cayó en domingo y decidí pasar por casa. La encontré leyendo y, a todas luces, la interrumpí. Me lo negó, aunque los que vivimos solos conocemos bien los códigos que emitimos cuando algo o alguien quiebra nuestras rutinas. En ese instante, la delató la manera de cerrar el libro, sin colocar el marcapáginas.
Quise inventar una excusa y marcharme, pero supe que ya no retomaría su lectura, así que me senté a su lado, frente al retrato de papá. Tienes la tele apagada, mamá -le dije antes de sacar el tema de la lotería.
-No veo el sorteo desde hace años. Ya no me gusta -protestó mientras dejaba el libro junto al retrato. Supongo que sabía que preguntaría por qué, así que mientras colocaba el marcapáginas continuó.
-Me gustaba cuando aquellos niños cantaban un premio y en ese momento, frente al televisor, imaginabas la alegría de los que llevarían ese número. Sabías que no eras tú, pero tampoco sabías quiénes eran, ni qué aspecto tenían, ni mucho menos qué iban a comprarse con todo aquel dinero. Dirás que tu madre está tonta, pero no saber a quién le había tocado me permitía soñar. Así que, mientras los niños seguían cantando hasta el siguiente premio, tu madre le encontraba un sentido a la Navidad. Puede parecer frívolo, pero cuando la fortuna es para otros, preferiría decidir yo misma de quién se trata o, al menos, desearlo. Ahora ya no me dejan elegir y me siento obligada a alegrarme por alguien en concreto. Por eso, prefiero leer -dijo mientras volvía a coger el libro. -Porque eres tú quien termina de darle vida a los personajes de estas historias.
Dejé a mamá leyendo. Y en ese momento, comencé a escribir este cuento.