el asesino de la pcr

En la comisaría del distrito norte comenzaban a tener un problema. Gómez, a punto de retirarse, no podía creerlo. El asesinato que tenía sobre la mesa era el quinto desde el regreso de navidades. En su zona y, lo peor de todo, con un patrón definido. Fue Guillén quien lo advertía, tras dejar caer el dosier sobre la mesa del comisario y poner los brazos en jarras, esperando una reacción.

—¿Otro? ¿Me traes otro muerto, Guillén? —preguntó Gómez, jodido, aunque queriendo saber más. Había movido su culo gordo del sillón, incorporándose sobre la mesa para abrir el informe. Esperaría a que Guillén hablara.

—El quinto, comisario. Hace tres días, degollado de la misma manera y con una coincidencia singular.

Guillén llevaba tres años en la comisaría, cinco en el cuerpo. Era criminóloga de formación y policía de vocación. Todos sabían que llegaría lejos, porque era muy buena. Sin embargo, tenía ante sí uno de esos casos que pueden suponer el empujón definitivo en la carrera o, todo lo contrario, una mancha en el expediente lo suficientemente importante como para que otro subinspector le tomara la delantera.

—Habla, Guillén, ¡cojones! Esto nos está dando en los ojos. ¿Qué coincidencia?

—Todas las víctimas, las cinco, tenían PCR positiva tres días antes de morir. Todas, las cinco, fueron asesinadas en el portal de sus respectivos domicilios. Gómez… —dijo la subinspectora mirando fijamente al comisario, haciendo una pausa hasta que este levantara la vista de las fotos.

—¿Qué? —respondió el comisario visiblemente molesto.

—Tenemos un vengador. Las víctimas debían guardar confinamiento y, sin embargo, hacían vida normal. El asesino lo sabía y, por algún motivo que aún desconozco, decidió terminar con ellas.

Guillén tomó asiento al otro lado de la mesa del comisario, frente a él, girando el expediente para dejar claro que el caso era suyo. Continuó.

—Necesito orden judicial para solicitar a todos los laboratorios, resultados positivos de pruebas realizadas a cualquier empadronado en este distrito en los últimos dos días. Así acotaremos posibles víctimas. En cuanto al asesino, entre treinta y cuarenta y cinco años, fuerte, uno ochenta y con acceso a los datos que necesitamos. Es metódico, por lo que tiene cualificación profesional o, al menos, lleva a cabo tareas de planificación en su trabajo. Las víctimas no estaban conectadas entre sí, por lo que muy probablemente esté vinculado con el sector sanitario.

Gómez podía estar tranquilo con Guillén al frente. No quería ni pensar en el lío que le esperaba si ella no estuviera al mando de la operación.

—Perfecto, Guillén. Llamo al juez y tienes esa orden en una hora. ¿A quién tienes contigo?

—Carretero y Llorente. Podrían encontrar un ticket de aparcamiento en un basurero por lo que, si no nos equivocamos, lo cogeremos esta semana. Llámeme cuando tenga la orden.

Guillén se marchó a casa. Estaba agotada y Manuel le había enviado un whatsapp apenas una hora antes. Tenía fiebre y respiraba con dificultad. No quería preocuparse, aunque no le cogía el teléfono. Tal vez estuviera, ya, dormido. Comenzaba el día con positivo en PCR y había empezado a encontrarse peor. Sin embargo, a sus treinta y seis años, no era candidato a ingreso hospitalario.

Guillén abrió la puerta del dormitorio y comprobó que Manuel, efectivamente, dormía. Su respiración era sonora y la fiebre parecía haber desaparecido. Cogió el pijama y una muda, dispuesta a pasar otra noche más en el sofá. Sería corta. Carretero llamó a las tres de la mañana.

—¿Qué pasa? —respondió, medio dormida.

—Jefa. Gómez nos dijo que no te molestáramos. Llevamos tres horas mirando bases de datos y tenemos a un candidato. Rastreador, treinta y seis años, uno setenta y nueve. Ha llevado los casos de las cinco víctimas y, lo mejor de todo, jefa… Hemos triangulado su móvil y su posición encaja con las escenas del crimen, justo a la hora en la que se cometieron.

Guillén, despabilada, pregunta:

—¿Familia? ¿Con quien vive?

—Actualmente soltero. Vive de alquiler en un apartamento del distrito sur, en la zona universitaria. Compañeros de la central van para allá con una orden. Esperamos detenerlo en minutos. Te paso los datos…

—Manuel Lamal Soto, Carretero. Lo tengo en mi dormitorio.

Manuel Lamal, de treinta seis años, perdió a su hijo, de seis, durante las pasadas navidades. Murió de covid tras ser contagiado por un infectado que no respetó el confinamiento y que, a la postre, acabó muriendo también. Sumido en una profunda depresión, intentó quitarse la vida a primeros de año. Guillén, amiga de la infancia, decidió entonces que Manuel se fuera a vivir con ella.

Manuel se infectó de covid tras cometer el último asesinato. Corrió la misma suerte que su hijo, falleciendo tres días después de haber sido detenido por su amiga de toda la vida. Ella, evoluciona favorablemente de la enfermedad, aunque nunca olvidará el caso del asesino de la PCR.

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