—¡Perdona! ¿Te has dado cuenta que somos los dos únicos vecinos del edificio que no llevamos mascarilla? —pregunté, arrepintiéndome al instante. Sin embargo, a ella pareció hacerle gracia aquella pregunta formulada en mitad del portal.
—¡Sí! ¡Los únicos irresponsables de toda la comunidad!
Me sonrió y siguió su camino hacia la calle. Antes de salir, se volvió para mirarme. Sabía que yo estaría observándola. Cogí el ascensor para subir a casa. Estaba tomado por su perfume. Quise quedarme allí. Incluso pensé que no me importaría que ella me contagiara. A veces soy absurdo. No. Esta vez no era solo eso, sino mucho más.
Llevábamos unos tres años viviendo aquí. Llegamos casi al mismo tiempo y nunca reparé en ella. Quiero decir, de esa manera. Estar confinado me proporcionó tiempo para detener mi vida y sacar de mis bolsillos papeles con notas, tarjetas de visita, compromisos para mañana y estúpidos retos. Y así fue como, un día cualquiera, recuperé todo el espacio que tenía secuestrado por todo aquello que de nada me servía. Superé mi particular síndrome de Diógenes. Y la vi.
—He pensado que, ya que somos unos irresponsables, tal vez te apetecería cenar mañana en casa. En la terraza.
Con este discurso me presenté en su puerta, horas después del encuentro en el portal. Volvió a sonreír. Me miró de arriba a abajo (en ese instante, supe que vendría) y me dijo que ella se encargaría del vino.
—¿Qué te hizo aceptar aquella invitación tan arriesgada por mi parte? —le pregunté, ocho años después.
—Me gustabas desde hace tiempo, pero… —hizo una pausa para darme un beso. Prosiguió.
—Si te dije que sí, fue por cómo me lo pediste. Susurrando de aquella manera, para que ninguno de los vecinos se enterase.
—Al final lo hicieron ¡Y nos denunciaron! Tengo grabada en mi memoria aquella escena. Escondida tras el macetero gigante de la terraza, mientras la pareja de municipales te pedía que salieras y te terminaras la copa de vino.
Me dio otro beso.
—¿Cuánto nos pusieron de multa?
—Seiscientos y un euro a cada uno —le respondí —La cena más bonita de mi vida.
—Querrás decir cara.
Le di un beso.
—Sí. Quise decir cara, pero me salió bonita.