Sostiene las frases con hilos, atándolas en corto para evitar que se vuelvan en su contra. Vuelve a por ellas y las cambia. Donde puso una coma, ahora prefiere un punto aun sabiendo que ya desea dejar un espacio sin rellenar para que el tiempo haga en él lo que le plazca. Las repasa de corrido, negándose un salto de página que coloque su vida donde solía sentarse a leer. Las sostiene con miedo a dejarlas caer mientras necesita encontrar las fuerzas suficientes para arrojarlas lejos. Ya no recuerda como empezaba la primera, sin que ello le impida olvidar que fue un beso el que la escribió.
Los besos no escriben, Papá. Solo curan. ¿O es que hay más besos?