nunca es tarde

A menudo encontrabas a los mismos actores en distintas cintas. Había uno, delgado y bajito, que hallabas irresistible. Lo habías visto, por primera vez, en mitad de una comedia romántica. Interpretaba el papel de varón despechado que recibía su merecido. La joven actriz, que finalmente lograba desembarazarse de él, conseguía la atención de un público que terminaría por rendirse a su talento. Aún me recuerdas a tu lado aquella tarde. Yo también, aunque no me gustaran demasiado las comedias románticas.

Fue otra tarde cuando volviste a verlo en el papel de mejor amigo de la misma actriz que lo había despreciado en tantos guiones. Naturalmente, sabíamos que todo era ficción y, aun así, no dejamos de cogernos las manos. Apretabas la mía con fuerza porque sabías que aquella amistad de la que éramos testigos, acabaría convirtiéndose en algo más. Recuerdo verte girar la cabeza mientras yo aguantaba la respiración y deseaba que la próxima sesión nos tuviera a ti y a mí como protagonistas. Supongo que aún recuerdas que, aquella tarde, dimos un paseo más largo de lo normal.

Han pasado los años y sigues enamorada de aquel actor que, a pesar de todo este tiempo, sigue estando delgado. La colección de registros que realizó durante su longeva carrera confieren a su aspecto una suave apariencia y, hasta a mí, que siempre mantuve con él una relación por momentos execrable, me parece reconciliador. Acompaña a un joven intrépido en busca de justicia, mientras añora la pérdida del que fuera amor de su vida.

Te has empeñado en volver al cine y en que yo, a mis setenta y dos años, siga acompañándote. Me prometiste un paseo, al menos tan largo como el de aquel día y eso no te lo negaré jamás. La película, me lo reconocerás, no es como las de antes, pero es que ni tú ni yo somos los de antes. No estamos, ya, para estos trotes. Tampoco es igual lo que nos espera fuera, tras el final de sesión. Ahora estamos solos y, tras esta noche, seguiremos solos.

—¿Cuándo te vendrás conmigo?

—Creo que nunca. Si lo hiciera, perdería a ese amigo que jamás me negó un paseo tras una tarde de cine. Al fin y al cabo, mírate. Aquí sigues, como mi actor preferido en el mejor de sus papeles, el que más me gustó.

—¿Cuál fue?

—Aquel en el que apreté tus manos con tanta fuerza.

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