Era la primera vez que pisaba un pub desde que el gobierno decidía perpetuar el estado de alarma. La pandemia parecía cosa del pasado, ya que los contagios habían descendido hasta una ratio de uno entre un millón. Las vacunas habían funcionado pues, en el peor de los casos, dejaban a la gente medio tullida y dependiente, sin posibilidad de llevar una vida social que fuera, de nuevo, foco impulsor de nuevos brotes.
Los que habíamos resultado ilesos, tanto de la covid como de las vacunas, podíamos vivir en libertad normalizada. Muchos entendieron que volvíamos a disfrutar como antes, algo que debe achacarse a la ignorancia absoluta sobre el término normalizado, utilizado en varias ciencias, entre ellas las matemáticas.
Fue curioso. Lo que no consiguieron mil y una leyes educativas, lo conseguía el BOE en unas pocas semanas. Normalizada quería decir, según la norma. Y la norma se las traía.
—«Prohibido enrollarse» ¿En serio pone eso? —dije, voceando, para que todos me oyeran.
No daba crédito al letrero LED que anunciaba semejantes palabras, justo a la altura del segurata. Debió verme cara de gilipollas y tuvo a bien darme una respuesta.
—Si sabe usted leer, sí. Pone eso. Pena de prisión más multa económica de 3 000 a 120 000 euros, en función de cómo se lo esté usted montando. Los años, en función de la intensidad, también.
—¿Será a repartir, no? Porque no me voy a enrollar con una columna —dije, con una sonrisa de capullo que se disipó cuando el gorila frunció el ceño. A otra cosa. Pasé al local.
No había un alma, exceptuando tres parejas de jubilados, dos grupitos de adolescentes en torno a un cubalitro (una de las escasas excepciones de la nueva Ley) y los dueños del local. Me pareció oportuno dirigirme a estos últimos.
—Perdonen ¿De qué viven ustedes? —pregunté, esta vez sin poner cara de… eso.
—Pues mire. Ha venido usted en la hora mala. Justo por las tardes, hacemos fiestas de cumpleaños infantiles, bilingües. Por las mañanas, temprano, servimos desayunos y damos clases de movilidad para pacientes afectados por las vacunas. A mediodía, servimos comidas a los trabajadores de la empresa que hay al otro lado de la calle. Y, ya, a esta hora, tenemos abierto por si algún incauto viene a buscar rollo (el denunciante participa de la sanción económica impuesta).
A eso se le llama sobrevivir, pensé. Esta gente sabía lo que significaba diversificar, lo cual, dentro de una sociedad normalizada, era todo un logro. Quise preguntar más.
—Y, díganme ¿dónde va la gente a enrollarse? Porque, digo yo, eso seguirá existiendo ¿no?
Los dueños se miraron y supe que andaban pensando que les había caído encima otro cansino. No obstante, uno de ellos, el mayor, me respondió:
—¿En serio no lo sabe usted?
—No. He estado todo este tiempo sin salir, aunque no se lo crean.
—La gente, ahora, no se enrolla. Los descerebrados que aún lo hacen tienen pena de prisión de cincuenta años sin posibilidad de rebaja ni indulto, así que mejor ir por lo legal. Mire, primero se hacen ustedes convivientes; después, lo certifican ante notario; seguidamente, aguardan a que un funcionario los visite por sorpresa hasta en seis ocasiones y compruebe lo declarado; finalmente, se solicita la inscripción en el Registro de Convivientes Normalizados. A partir de ahí, ya pueden enrollarse, aunque, evidentemente, no se considera rollo sino asunto marital. Eso sí, le advierto, uso obligatorio de mascarilla en todo momento.
—¿Y si resulta que después del rollo ya no me interesa?
—¿Usted no lee el BOE? Mire el texto de la Ley de Normalización 3/2021. En su articulado encontrará el procedimiento de liquidación de la sociedad de convivientes, no exento de costes. También puede consultar a un abogado. Mire, le dejo la tarjeta de mi sobrina, que se ha especializado en este tipo de pleitos. Es buena, se la recomiendo.
—¡Leches! —dije —¡Y todo por un maldito rollo de una noche!
—Para que vea hasta dónde hemos llegado ¿Le pongo un cubalitro?
—No, gracias. Creo que me voy a ir a correr.
—Cubalitros y correr. Últimamente, no hay otra cosa ¡Salud, amigo!