Quiere, pero no puede. Son casi las tres y aún no ha llegado a casa. A media mañana, recordaba que no tenía nada preparado, a excepción de unas habichuelas en remojo, así que tras salir de la oficina, tenía que acercarse al súper. Ya entre fogones, poco le importaba comer una hora más tarde. El calor de la vitro era suficiente para compensar el tibio helor propio de últimos de octubre, que ya anticipa el frío de noviembre. Empañados los cristales, pudo ver el te quiero que alguien dejó marcado días atrás. Probó la salsa y añadió algo más de guindilla. Daban las cuatro cuando aquel potajillo espesaba. Recordó a Juan, al mirar de nuevo el cristal. Con el primer sorbo, se sentiría veinte años más joven. Olía a papá. El picante la despertó. Eran las cinco y debía llamar. Sí, mamá. Como bien. ¿Juan? Vendrá el miércoles. No te preocupes. Esta noche iré a andar. Tengo que bajar el potajillo. Cuando llegue a casa te llamo. Te quiero.