Alicia abre el estuche y saca la guitarra. A pesar de los años, no ha olvidado el sol re do, ni tampoco aquel cambio tan chulo de sol sostenido a fa para volver a do, comenzando de nuevo y sin olvidar el la menor. Alicia casi nunca se sale de los acordes mayores de su vida. Por convencionalismos o por imperativo legal, ese corsé ha determinado su vida hasta el momento. Los sostenidos han sido pocos, pero le darían el aire justo para soportar el yugo del camino correcto y preciso que la alejaba poco a poco de su propio sendero, aquel en el que debiera haber caído mil veces, para ser solo ella y no los demás. Tocar aquel sol sostenido era acercarse a un borde prohibido, demonizado. Así, como si de una maldición se tratara, debía rozarlo y volver a los mayores, donde aguardaba la bomba de respiración asistida, encargada de alimentar un corazón dopado por una visión estrecha de la vida. Sostuvo fuertemente los dedos en aquel acorde, apretó los dientes y, tras unos segundos, cruzó al otro lado, rasgando las cuerdas con la púa. Fue ayer. Nadie lo sabe. Solo ella. No necesita nada más. Con la muñeca dolorida por la falta de costumbre, guardó la vieja guitarra y se prometió que volvería a tocar otro día ese cambio tan chulo de sol sostenido a fa. Porque lo llevaba en su naturaleza.