—¿Qué les vamos a decir?
—No lo sé. Ya se nos ocurrirá algo ¡Que rompemos la baraja!
—¿Y si la rompen ellos antes? Peor aún. Si no hay cartas.
—Nos hacemos los ofendidos.
—¡No sé qué cojones quieren! ¡Humillarnos!
—Salirse con la suya, como nosotros.
—Ya, pero nosotros somos los que peor estamos y ellos están fuertes.
—Daremos lástima. El que no llora no mama. Verás como al final se ablandan.
—Esos tienen pinta de no haberse reído en su vida. Son duros como el regaliz de antaño, el de padre.
—Lo harán, no te preocupes.
—¿Lo harán?
—¿Reirse? ¡Ya lo creo que sí! Saben que somos los primeros que les damos la razón (en privado).
—Entonces, ¿nos darán lo que pedimos?
—¿Tú les darías algo a ellos?
—Ni agua.
—Pues ya sabes lo que hay. Vamos a lo que vamos. Y luego para casa.
—¿Con qué cuento?
—Con el que entienden los nuestros.
—Sé cual es pero ¡repítemelo otra vez que me encanta escucharlo!
—Que siempre es culpa de otro.