Las entradas que cuestan, a menudo, son las que intenta uno llevar pensadas. Las líneas que se escriben solas son, por contra, las que se escapan de los dedos tan rápido que no puedes retenerlas. Puestos a conquistar territorios, a la larga sale mal aquello que no esperabas, aunque nadie puede negar que lo que llega sin permiso, te produce el placer del desorden natural; la belleza de la entropía, que dirían los físicos, la naturaleza de lo humano, la irracionalidad del mismo pulso de la vida. El riesgo entonces coge camino. No puedes escribir un libro a golpe de naturaleza, no puedes construir sin un arquitecto. El alivio llega cuando ningún ingeniero del mundo es capaz de dibujar la trayectoria de un desenlace inesperado, o de las palabras que van vistiendo a un relato que nace y muere en un preciso instante.