La miraba tendida en la cama, dormida como estaba, en calma y en paz. Siempre pensé que poco se puede saber de las personas cuando las ves dormir. Todas, en efecto, parecen buenas. Otra cosa era al despertar. Sus gestos se torcían al abrir los ojos y recuperar la consciencia, al saberse dueña de sí misma y a la vez perdida en su memoria.
Despierta, era pura maldad y un ángel mientras todo estaba en silencio. Me dijo que qué demonios hacía mirándola, que si era un salido o algo parecido. Yo callé, no quise desnudarla diciéndole que dormida era perfecta, que había llegado a ver su alma y que ésta era pura, como antes. No sé si la perdí aquella tarde de enero o si ya lo había hecho antes y el accidente únicamente le mostró la realidad pero lo que es cierto es que la recupero cada mañana, justo antes de las 7 a.m. la maldita hora en la que ella se vuelve inaccesible y desafiante.
-Ya tienes el café preparado cielo -le digo sin atreverme a mirarla a los ojos. No me contesta. Se levanta y va hacia el baño. Como todas las mañanas, ya no espero un beso ni un adiós. Tendré que esperar a la noche para volver a estar con ella, porque al menos siempre vuelve.