Hay algo aquí, justo a mi lado. No está siempre. Suele aparecer cuando estoy en el sofá y ya es de noche. Vivo solo, así que no me viene del todo mal la compañía. El problema es que, sea lo que sea, no habla. Se trata de una presencia fría y sin rostro. Es educada, pues no atraviesa ninguna pared, sino que accede al salón por la puerta. Una vez dentro, se detiene, gira sobre sus pies y me observa, a pesar de no tener ojos. Ahí permanece unos segundos, hasta que rodea la mesa de fumador y acaba sentándose a mi lado. Suele estar helada y se pega a mí como si de Susana se tratara. Al principio, pensé que podía ser ella. Murió apuñalada por un antiguo novio, sin poder decirme por última vez que me quería. Pero Susana era una persona arisca. Nunca me abrazó, huía de los besos y prefería decir lo que sentía desde la distancia, siempre mirando a los ojos.
Si no es Susana, tal vez pueda ser mi hermano. Hace treinta años que falleció. Se ahogó en la playa, delante de todo el mundo. Aún recuerdo los gritos de desesperación de mis padres. Llevó mucho tiempo el que las cosas volvieran a una normalidad relativa. Algo así no se olvida jamás. Pero si es él, ¿por qué ahora? ¿qué quiere decirme? Ayer se lo pregunté directamente y no me respondió. Tampoco advertí ningún cambio repentino en la presencia. Estuvo un rato más y se fue. Viene y va.
No puedo seguir contando muertos. El resto de mis hermanos, mis sobrinos, mis primos y mis padres están aún vivos. Así que no sé quién puede ser. He pensado en que, tal vez, sea alguien del trabajo, pero no hemos tenido fallecimientos desde hace mucho y mi puesto está en el fondo del escalafón de mando. No creo que nadie pudiera estar contrariado conmigo por algún motivo. Estas últimas reflexiones han hecho que me cuestione si esto, sea lo que sea, pretende hacerme daño. Al menos, no he visto que sea capaz de mover ningún objeto y, cuando se sienta a mi lado, únicamente me transmite frío, además de ponerme de los nervios, claro está.
Acaba de levantarse. Lo sé porque el calor regresa a mi piel. Lo tengo delante y esta vez parece que no se marcha. En lo que parece ser su cabeza, comienza a dibujarse mi rostro. Esa cosa soy yo o, al menos, una parte de mí. Ahora que me veo, no me gusta cómo empiezo a sentirme ni tampoco las cosas sobre las que comienzo a tomar consciencia. Ahora sé que yo ahogué a mi hermano, cuando era un niño, porque él siempre era mejor que yo. Asesté veinte puñaladas a Susana, porque se burló de mí y de mi puesto en la empresa. Lo que tengo delante es mi conciencia, liberada por fin de la tortura a la que la he sometido durante todos estos años. Se marcha, como lo hizo Susana, herida de muerte y me deja, aquí, libre para volver con mis monstruos y cruzarme contigo por el pasillo de la empresa.